

“Y el Verbo se hizo carne. Esto se hizo realidad en el establo de Belén. Y se cumplió plenamente de otra forma: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna”. El Salvador, que sabe muy bien que somos hombres y que permanecemos hombres, que cada día tenemos que luchar con debilidades humanas, viene en ayuda de nuestra humanidad de manera verdaderamente divina. Así como el cuerpo terrenal necesita del pan cotidiano, el cuerpo espiritual necesita de un sustento duradero. “Este es el pan vivo bajado del cielo”. Quien hace de Él su pan cotidiano deja que se haga realidad cotidiana en sí mismo el misterio de la Navidad, de la Encarnación del Verbo. Y ese es el camino seguro para alcanzar el ser uno con Dios y para crecer cada día con mayor fuerza y profundidad en el Cuerpo Místico de Cristo.”